Alcalá de Henares

I. LA UNIVERSIDAD

Fundada por el cardenal Cisneros –después de la creación de un Estudio General logrado en 1293 por el arzobispo Gonzalo Gudiel–, a partir de los preparativos de 1498, las aulas de la universidad abrieron sus puertas en el mes de julio de 1508. Entre las cátedras creadas inicialmente no figura la de música; tampoco consta, en los estatutos o constituciones, el deseo del cardenal de que se enseñara la música en una u otra forma dentro de la universidad o en el colegio mayor de San Ildefonso, apartándose así de la voluntad del rey Alfonso X, quien en 1254 estableció la enseñanza del canto de órgano en la Universidad de Salamanca, tal como recogen los estatutos de la misma en los siglos siguientes. En este sentido, la Universidad de Alcalá se diferencia también de la de Oviedo, que fundada un siglo después también erige una cátedra de Música unida, como en Salamanca, al cargo de MC de la catedral. Las Constituciones Complutenses (primeras del año 1510, luego de 1513 y 1517) ignoran, pues, esta orientación e incluso muestran alguna prevención en cuanto a la práctica de la música por parte de los colegiales en el seno del colegio mayor: “Omnes autem ludos alearum, chartarum, texillorum, ac omnia genera instrumentorum musicorum in nostro Collegio strictissime prohibimus, praeter monachordium, aut clavicimbanum, dumtamem in his non nimis se occupent nec etiam alias impediant...”. De esta prohibición, que no desaparecerá en posteriores ediciones o reformas (como en la de 1666 de Medrano o en otra del s. XVII, que da la siguiente versión: “Prohibimos rigurosamente todo juego de dados, naipes y todo género de instrumentos músicos fuera de monacordio o clavicordio, con tal que no se ocupen mucho en ellos ni estorben a otros”), sólo se salvan los instrumentos “nobles”; no obstante, no deja de sorprender tal prohibición general, aunque no siempre se haya aplicado, como lo deja entrever la visita de Felipe II en 1556: la música de vihuela, arpa y rabel sonó durante la cena, en una época que exaltaba, desde hace ya más de una generación, las bondades y virtudes del estudio y práctica de la música para cualquier hombre de bien. Por otra parte, de las cátedras abiertas no hay ninguna con título claramente musical. ¿De dónde procede, pues, el prestigio de la universidad? Ya que nadie hasta ahora ha sacado a relucir la lista de los posibles catedráticos de música complutense, parece claro que este timbre de gloria se fundamenta y recae en varios y notables nombres: el de Pedro Ciruelo, que fue en realidad catedrático de Teología (de Santo Tomás) y quizá de Matemáticas, autor de la obra Cursus quator mathematicarum artium liberalium (1516), que contiene un libro de teoría musical en el que reproduce los Elementa musicalia de Lefèvre d’Etaples; el del teórico y organista Andrés Lorente, que después de estudiar en los colegios menores y en la universidad fue maestro de Artes en la misma y al final de su vida decano de la Facultad de Artes, y el del franciscano teórico musical Juan Bermudo, que declaró en 1555 haber estudiado matemáticas en la “famosa y doctísima Universidad de Alcalá”. Esta afirmación deja presuponer la enseñanza del quadrivium en que, además de las asignaturas científicas –aritmética, geometría y astronomía– se incluía la música. Sólo a finales del s. XVII un músico se declara, aunque puede ser un lapsus calami, como “catedrático de Música en la Universidad de Alcalá”: se trata de Diego Verdugo, admitido como maestro en la Capilla Real de Madrid en 1691, pero que en otra ocasión se dice “catedrático de la Universidad de Salamanca”, lo cual parece más verosímil, dado que en 1680 había pasado de Santiago de Compostela a MC de la catedral de Salamanca. Esta cuestión de una cátedra de Música complutense que tanto habría de influir, según se puede leer, en la música española, deja una vía abierta de investigación: no cabe duda de que la enseñanza musical debía pasar por las clases de matemáticas, que tenían desde el principio una cátedra, o por una de las cátedras de artes, mal conocidas. Se ignora además la materia que podía impartir el propio Lorente en su Facultad de Artes, a la cual acudía cada año universitario. Quizá sea éste el punto de mayor interés que queda todavía por aclarar en torno a la Universidad Complutense. El estudio de las provisiones de canónigos o racioneros de la iglesia magistral de los Santos Justo y Pastor, doctores o catedráticos los primeros de ellos de la universidad, quizá podría ser una vía investigativa que daría solución a esta cuestión pendiente.

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